Reykjavík: un paseo por el distrito 101



Todo lo bueno se acaba, como se suele decir y nuestro viaje a Islandia está llegando a su fin. El atractivo de Islandia son sus paisajes naturales, que es por lo que la mayoría venimos hasta aquí, y desde luego es innegable que son de una belleza excepcional. Pero ya que estamos, no podíamos irnos sin antes haber dedicado al menos unas horas a conocer Reykjavík.

La capital islandesa, la más septentrional del mundo, se localiza en la península de Seltjarnarnes a orillas de Faxaflói, una bahía en el lado suroeste de la isla.

Reykjavík es una ciudad pequeña y amable. Su centro histórico (el distrito 101), sin grandes monumentos, de casas de colores y calles tranquilas, se puede recorrer cómodamente a pie.



En Sæbraut, el paseo marítimo a la orilla del fiordo Kollafjörður, se encuentra una de las esculturas más fotogénicas y conocidas de la ciudad: Sólfarið (viajero del sol).

Aunque su autor, Jón Gunnar Árnason, lo describía como una oda al sol, la mayoría de los que lo contemplan cree que Sólfarið representa un barco vikingo. Si bien esta no era la idea original, seguramente el artista la encontraría válida, ya que él mismo decía que su intención era que sus obras estuvieran abiertas a la interpretación de cada uno.

Lamentablemente, Jón Gunnar Árnason no pudo llegar a ver aquí su obra, ya que murió en 1989, un año antes de que finalizara su construcción.



Muy cerca de Sólfarið, en dirección oeste, se alza el centro de conciertos y conferencias Harpa. Este edificio, merecedor del Premio Mies van der Rohe en 2013, es la sede de la Orquesta Sinfónica de Islandia y de la Ópera Islandesa.



Su maravillosa fachada de tramas hexagonales es obra del artista danés de origen islandés Olafur Eliasson.



Se puede dedicar un rato a admirar el luminoso interior, ya que la zona del vestíbulo es de libre acceso. Los entramados de formas geométricas, que son mi perdición, también están presentes aquí.





Continuando todavía en dirección oeste, se llega por fin al puerto antiguo. Originariamente, este fue el primer puerto estable alrededor del cual creció la ciudad de Reykjavík. En los últimos años, el turismo ha ido desplazando a la industria pesquera y los antiguos almacenes albergan ahora restaurantes y tiendas.



Desde aquí se divisa en la distancia otra obra de arte muy popular: Þúfa (montecillo de hierba), diseñado por Ólöf Nordal, es una pequeña colina verde a la que se puede ascender por una senda en espiral.

Caminando ahora en dirección sur por las estrechas calles del centro histórico, se llega al lago Tjörnin, junto al ayuntamiento.



Tjörnin (estanque) es un lago muy poco profundo (unos 80 centímetros en su parte más honda) y como es de esperar, se congela en invierno. Sin embargo, una pequeña parte es descongelada artificialmente con agua geotermal para las aves acuáticas.

Desde el lado oeste del lago, contemplamos los edificios de la orilla opuesta. Destaca con su tejado verde la Iglesia Libre de Reykjavík (Fríkirkjan í Reykjavík) de culto luterano independiente, consagrada en el año 1903.

A su derecha se encuentra la Galería Nacional de Islandia (Listasafn Íslands) dedicada principalmente al arte de los siglos XIX y XX. Este edificio, construido en 1916, fue en un principio un almacén de hielo y es obra de Guðjón Samúelsson, el mismo arquitecto que proyectó la Hallgrímskirkja.



Y precisamente hacia allí nos dirigimos paseando tranquilamente por las calles más comerciales del centro histórico de Reykjavík.



Hallgrímskirkja recibe su nombre en honor al poeta y clérigo del siglo XVII Hallgrímur Pétursson, muy conocido en Islandia por sus Salmos de la Pasión.

Esta iglesia de rito luterano (hay que recordar que no es una catedral) con sus 74,5 metros de altura, es el edificio más alto del país.

El arquitecto, Guðjón Samúelsson, se inspiró para su diseño en las columnas de lava basáltica tan comunes en Islandia.




Y aquí, frente a este imponente y original edificio, seguramente el más emblemático de Reykjavík, damos por finalizado el paseo… y nuestro viaje a Islandia… ¡Oh!


Comentarios