El Mont des Arts en Bruselas: arriba y abajo
Alberto I y su caballo, y nosotros con ellos, estamos en los jardines del Mont des Arts de Bruselas. Enfrente se extiende la parte baja del centro histórico. Muy cerca asoma ya la ornamentada torre del ayuntamiento, señalando a quien pueda interesar la localización de la famosa Grand Place.
Alberto, sin embargo, no hace caso de eso. Más abajo, donde acaban los jardines, se encuentra la Place de l'Albertine. Allí hay una estatua que aún no vemos pero que, de todos modos, pasaría desapercibida para la gente si Alberto no se fijara en ella. La estatua representa a su esposa, la reina Isabel. Él la contempla muy serio desde su caballo. Ella, de pie y con expresión contenida, le devuelve la mirada.
Las figuras son un homenaje a dos monarcas muy queridos por los belgas. No se colocaron a la vez, ni mucho menos, pero quizás ese silencioso intercambio de miradas sea una sentida alusión a la prematura muerte de Alberto.
A Alberto I está dedicada la Place de l’Albertine (ya nos lo imaginábamos antes de que nadie lo dijera) y también en su memoria se construyó la nueva Biblioteca Real de Bélgica. Esta no es más que una de tantas entre todas las instituciones relacionadas con las artes y la cultura que se concentran en el Mont des Arts. Porque el Mont des Arts, o Kunstberg, hace honor a su nombre y está literalmente rodeado: el Museo Magritte, el Museo de Instrumentos Musicales, el Palacio de Bellas Artes, el Museo de Arte Antiguo… y no sigo porque la lista es realmente larga.
Desde la Place de l’Albertine, el Mont des Arts asciende hasta la Place Royale, a lo largo de la ladera de la histórica colina de Coudenberg. La parte baja, que tomó forma con motivo de la Exposición Universal de 1958, está dominada por los jardines, flanqueados por austeros edificios de enormes proporciones y líneas rectas. Los escasos adornos están en consonancia, como el gran carillón que acapara la atención de los turistas.
El tramo superior, heterogéneo y en pendiente, es hogar de una joya del Art Nouveau. El arquitecto Paul Saintenoy diseñó este edificio a finales del siglo XIX como extensión de los almacenes Old England. Su interior está ocupado ahora por el Museo de Instrumentos Musicales.
Saintenoy (que, por cierto, era nieto de Jean-Pierre Cluysenaar, el arquitecto de las galerías Saint-Hubert) se encontraba cómodo trabajando en diferentes estilos. Prueba de su versatilidad es la antigua farmacia Delacre, situada a unos pocos metros del Old England.
Delacre suena a marca de galletas y lo es, pero su fundador, Charles Delacre, era farmacéutico: un farmacéutico que vio una oportunidad en el chocolate (no es extraño si se tiene en cuenta que se vendía en las farmacias por considerarse medicinal). El chocolate tiene muchas propiedades y está muy rico, no puedo estar más de acuerdo, y eso mismo debió pensar Delacre, que se decidió a abrir una tienda especializada. Ni que decir tiene que tuvo mucho éxito. Solo por diversificar, empezó con las galletas.
Pensando en galletas subimos el resto de la cuesta y llegamos a la Place Royale. Estamos en la cima de la colina, el lugar donde se levantó el castillo de Coudenberg, que fue posteriormente palacio y por siempre residencia oficial de quienquiera que ostentó el poder, al menos desde el siglo XI hasta 1731. Ese año un fatal incendio lo destruyó por completo.
Sorprendentemente, el lugar quedó en estado de abandono durante más de 40 años, por lo que parece justo que se ganara el mote: cour brûlée (corte quemada). Hubo que esperar a Carlos Alejandro de Lorena, concretamente a su 25º aniversario como gobernador general de los Países Bajos Austriacos, para que se tomara la iniciativa de reconstruir el área. El resultado sería el Quartier Royal. Y la Place Royale tan solo el principio.
En medio de esta maravilla neoclásica que es la Place Royale se colocó una estatua pedestre de Carlos Alejandro de Lorena. La plaza en sí, con su elegante arquitectura y su ordenada simetría, se ha conservado muy bien para nosotros, pero la estatua de Carlos ya no existe. Ahora ocupa su lugar Godofredo de Bouillon montado a caballo, dispuesto a partir hacia la Primera Cruzada.
Carlos Alejandro de Lorena se ha quedado sin su sitio en la Place Royale pero no sin estatua. De hecho, tiene una muy cerca, en la ladera misma del Mont des Arts. Aunque si levantara la cabeza (la persona, no la estatua) quizás se llevaría una decepción, porque está ahí de pie en un lugar poco visible y pasa bastante desapercibida para la mayoría de la gente (la reina Isabel de la Place de l’Albertine le entendería muy bien).
Ahora bien, cualquier resentimiento que pudiera albergar quedaría superado un poco más allá del Mont des Arts (ladera abajo), porque el hermoso caballero dorado de la Grand Place no es otro que el mismísimo Carlos Alejandro de Lorena.
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