Bruselas, aquí estamos
En el mismísimo centro de Bruselas se localiza la bien llamada estación central de ferrocarril. A muy corta distancia, tan cerca que casi parece increíble, hay lugares que han hecho mundialmente famosa a la ciudad, como el Mont des Arts y la mítica Grand Place. Así que qué mejor manera de poner pie en la capital de Bélgica y por qué no dirigirse en primer lugar a alguno de esos sitios. Mejor empezar por la Grand Place, que, si hacemos caso a Victor Hugo, es la plaza más hermosa del mundo.
Dar con ella a la primera será cosa fácil para el común de los mortales pero misión imposible para cierta persona sin un mínimo sentido de la orientación. Suerte que la casualidad ha querido ponerle pronto la catedral en su camino y así indicarle que no va en la buena dirección.
En cualquier caso, la catedral de Bruselas es digna de ver. Está dedicada a San Miguel y Santa Gúdula, los patronos de la ciudad. El edificio actual de estilo gótico brabantino tardó cerca de 300 años en tomar forma, desde el siglo XIII hasta principios del XVI.
El paseo desde la catedral hasta la Grand Place es ameno. Hay que andar poco, hace buen tiempo e incluso se atraviesan unas galerías comerciales decimonónicas. El conjunto conocido como Galeries Royales Saint-Hubert (popularmente, el paraguas de Bruselas) es uno de los paseos cubiertos más antiguos de Europa. Las galerías se inauguraron en 1847 y son obra del arquitecto Jean-Pierre Cluysenaar.
Hay que reconocer que Victor Hugo tenía buen gusto porque la Grand Place es abrumadoramente bonita (en ordenar las plazas del mundo según su belleza ya no entro, como tampoco me atrevo a decir qué casa me gusta más).
Creatividad, abundante decoración y muchos detalles dorados. Es lo que más llama la atención en las antiguas casas gremiales que rodean la plaza. Y otra cosa importante. Todas fueron construidas inmediatamente después de 1695.
Lo que ocurrió ese año de 1695 (tuvo que ser horrible, ya nos lo tememos) fue el bombardeo de Bruselas por parte del duque de Villeroy. Durante tres días, las tropas francesas se dedicaron a abrir fuego sobre la ciudad indefensa, provocando incendios que destruyeron cerca de un tercio de los edificios.
La Grand Place quedó arrasada. La torre del ayuntamiento había servido como blanco. Este edificio, aunque muy dañado, no salió tan mal parado al ser de piedra (en contraste con la mayoría de las casas, que eran de madera). Y el tiempo, que actúa lentamente pero es tan destructor como las bombas, tampoco ha podido con él. Ahora el ayuntamiento es el único edificio medieval que aún resiste en la Grand Place.
Creatividad, abundante decoración y algún detalle dorado. Todo esto llama la atención en el edificio del ayuntamiento. Y otra cosa más importante. La fachada es asimétrica y la torre ni siquiera está centrada. Dice la leyenda que el arquitecto, al darse cuenta de su error, se lanzó al vacío desde la torre.
Muy dramático. El motivo real es que fue construido en varias fases, comenzando con el ala izquierda en 1401, continuando con la derecha y terminando en 1455 con la torre.
Justo enfrente del ayuntamiento está el edificio conocido en francés como Maison du Roi (casa del rey) o Broodhuis (casa del pan) en neerlandés.
¿Del rey?, ¿del pan?, ¿en qué quedamos? En las dos cosas.
Originalmente, aquí había un mercado de madera donde vendían pan. Fue mucho después cuando el duque de Brabante ordenó levantar un gran edificio para servicios administrativos. La localización frente al ayuntamiento era intencionada: el poder del duque contra el poder municipal. Cuando el duque de Brabante fue coronado rey de España, su casa (en el sentido de sede, porque nunca la utilizó como vivienda) pasó a conocerse como casa del rey.
El edificio actual de estilo neogótico alberga el museo de la ciudad.
Este museo es hogar de una figura de bronce creada en 1619 por Jérôme Duquesnoy. Representa a un niño de 55,5 centímetros de altura y se conoce mundialmente como Manneken Pis.
Un objeto tan popular (y tan pequeño) ha sido víctima de muchos robos y actos vandálicos, por lo que en 1965 se puso a buen recaudo en el museo y en su lugar se colocó una réplica exacta.
De acuerdo, es una réplica y no el Manneken Pis original, ya lo sabemos, pero no importa. Y está muy cerca de la Grand Place, así que allá vamos.
Si fuera un niño de verdad estaría encantado de recibir tanta atención. Estamos todos agolpados en torno a él (y hacemos un buen montón), ansiosos por verlo un poco más de cerca y hacerle una foto en cuanto podamos.
Seguro que de la emoción se haría pipí.
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