En Brujas (parte final)

En 1482 María de Borgoña falleció a causa de un accidente con su caballo. Su repentina muerte convirtió a su hijo Felipe (el futuro esposo de nuestra Juana la Loca) en el legítimo gobernante de los Países Bajos. Entonces Felipe era un niño de apenas 4 años, por lo que su padre, Maximiliano de Austria, asumió la regencia.

Temiendo perder su autonomía (con razón), las ciudades de Flandes se negaron a reconocer a Maximiliano como regente. Comenzó así una época muy turbulenta que se prolongó durante toda la minoría de edad de Felipe.

Durante las revueltas de 1488, Maximiliano fue capturado y encerrado en una casa del Markt (la plaza mayor de Brujas). Allí permaneció cautivo casi cuatro meses. Mientras tanto se persiguió a sus colaboradores, algunos de los cuales tuvieron un destino cruel. Fue el caso de Pieter Lanchals, el representante de la autoridad de Maximiliano en Brujas, que sufrió tortura durante varios días y finalmente fue decapitado en la misma plaza. La cabeza se clavó en una estaca y se exhibió luego en una de las puertas de la ciudad. El cuerpo fue enterrado en la Onze-Lieve-Vrouwekerk, una de las iglesias más importantes de Brujas. Su tumba aún ostenta el escudo de armas con un cisne.

Todo esto para llegar a la leyenda de los cisnes de Brujas.

Se dice, y entramos ya en la leyenda, que Maximiliano, una vez recuperado el poder, impuso a la ciudad un castigo. Para honrar la memoria de Pieter Lanchals, los habitantes de Brujas deberían mantener, desde entonces y por siempre jamás, la cantidad de 100 langhalzen, esto es, cuellos largos, es decir, cisnes. Otros son más moderados y sitúan el número en 52, pero poco importa.

Volviendo a la vida real, lo cierto es que Brujas ya tenía cisnes desde mucho antes. Y no como castigo sino con orgullo, porque antiguamente se consideraba un signo de riqueza.

Ahora la ciudad sigue cuidando de sus cisnes, que vagan por los canales ajenos a cualquier cosa que no sean sus propios asuntos. Esta adorable familia, por ejemplo, ha sido vista en el Groenerei.


Los cisnes son al Groenerei como la guinda al pastel. Y el Groenerei es verdaderamente delicioso, con su vegetación exuberante, sus preciosas casitas y sus puentes de cuento.


Quizás el rincón más especial sea una ventana, no por ser bonita (de cosas bonitas el Groenerei está lleno) sino por su significado. Hizo la maravilla sin proponérselo un perro labrador llamado Fidèle. Hiciera frío o calor, Fidèle se pasaba las horas tranquilamente asomado a la ventana, mirándolo todo sin perder detalle y echándose una siestecita de vez en cuando. Su constancia durante años le valió el cariño de la gente.

Hace tiempo que Fidèle ya no está y es una pena, pero su recuerdo sigue vivo en la ventana. En fin, una historia amable y triste a la vez. Al menos no hay sangre, como en la de Pieter Lanchals y los langhalzen.


Otra cosa que hace especial al Groenerei, aunque no demasiado, es que conserva un ejemplo de las llamadas Godshuizen (literalmente, Casas de Dios). Digo no demasiado (especial) porque hay casas de este tipo repartidas por todo el casco viejo de Brujas.

Las Godshuizen se pueden considerar los precedentes de las viviendas sociales. Fueron construidas, bien por los gremios, bien por ciudadanos ricos, para dar techo a ancianos necesitados o personas sin recursos. Era un sistema de previsión en el que todos buscaban garantizarse el futuro. Los integrantes de los gremios se aseguraban protección en caso de adversidad. Muy sensato por su parte. Lo que los ricos querían ganar (además de prestigio) era la salvación de sus almas: ha de saberse que, para este fin, los inquilinos tenían el deber de rezar a diario por sus benefactores.

En la actualidad, muchas de las Godshuizen que han sido restauradas y adaptadas (normalmente se unen dos o tres para hacer una vivienda más habitable) se alquilan a personas mayores a precios reducidos.


El Groenerei discurre hacia el este para confluir con el Coupure y el Sint-Annarei.

De todos los canales que atraviesan el casco antiguo de Brujas, el Coupure es con diferencia el más reciente, ya que se excavó en el siglo XVIII. No así el Sint-Annarei, que formaba parte del primer cinturón defensivo de la ciudad (1127-1128). En la otra orilla se extiende el distrito de Sint-Anna.

Sint-Anna es un tranquilo barrio residencial, más de gente local que de turistas, pero forma parte del centro histórico y se nota. No por los grandes monumentos antiguos, que no es que abunden demasiado, sino por sus estrechas calles adoquinadas y sus tradicionales casas de ladrillo. Todo el barrio tiene un aire peculiar de pueblo o ciudad pequeña. Y ahí radica principalmente el encanto. De hecho, ya sé dónde quiero vivir cuando sea rica (tengo claro el barrio, por la casa aún no me he decidido).



Cierto, no abundan los grandes monumentos pero sí las pequeñas joyas. La sorprendente Jeruzalemkapel es una maravillosa muestra. Esta singular capilla, consagrada en 1429, está inspirada en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Se construyó por iniciativa de los Adornes, una poderosa familia originaria de Génova que se había establecido en Brujas. La Jeruzalemkapel es de propiedad privada (siempre lo ha sido) y todavía pertenece a los descendientes de la familia Adornes.


Una torre digna de cuento de hadas se esconde casi en el extremo del barrio. Forma parte del edificio del gremio de arqueros de Sint-Sebastiaan, que se estableció aquí en 1573. El gremio en sí es mucho más antiguo y su longevidad llama tanto la atención como la torre de su sede. Desde su fundación en el siglo XIV, la hermandad ha estado activa todo este tiempo y continúa aún a día de hoy.


El distrito de Sint-Anna (y con él el centro histórico) está delimitado al este por el Kruisvest, un canal que fue parte del segundo anillo defensivo de 1297. A lo largo de la orilla (centro histórico adentro) hay una amplia zona verde salpicada de terraplenes. Arriba resisten algunos viejos molinos.


Uno incluso está en funcionamiento, no en este preciso momento pero sí en la actualidad. Es el Sint-Janshuismolen.


Desde lo alto del terraplén, al pie del molino, se obtiene una buena vista del centro de la ciudad, sus elegantes torres y tejados asomando tras el verdor.


El molino del lado sur es el Bonne-Chièremolen, que no funciona pero es un hermoso telón de fondo para la práctica de esgrima.



Del segundo círculo de defensas creado en 1297 todavía se conservan algunas puertas. La de este sector es la Kruispoort, que se localiza al otro lado del Bonne-Chièremolen. Actualmente, la antigua puerta defensiva es la sede del club de esgrima De Hallebardiers (ahora sabemos de dónde salen los espadachines).


El tiempo se acaba y con él el paseo, pero aún queda el de la despedida: para ir desde la Kruispoort hasta la estación de tren, el camino más recto atraviesa como una flecha el corazón de la ciudad vieja.

Recorrer los lugares ya conocidos es a la vez un placer y una sensación un poco triste. El Rozenhoedkaai, que ha estado tan lleno de gente durante todo el día, aparece ahora extrañamente solitario. Casi parece una ciudad fantasma (... Bruges-la-Morte…).


No quiero perder el tren pero no pienso irme sin ver una vez más el Bonifaciusbrug.


En este rincón oculto, íntimo y encantador, el tiempo parece detenido. Y ocurre que lo sabe todo el mundo. A esta hora, por fin, el lugar ha recuperado su esencia.



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