El Gravensteen, un castillo de película en el centro urbano de Gante


En el corazón de la ciudad de Gante, en medio de un laberinto de calles y canales, se elevan los muros oscuros del Gravensteen, el Castillo de los Condes de Flandes.


Su excepcionalmente bien conservado sistema de defensas lo hace único entre los castillos medievales de Flandes.


Gravensteen, que se traduciría como piedra, roca de los condes, debe su existencia a los condes de Flandes. Para rastrear sus orígenes (tanto de los condes como del castillo) hay que remontarse al siglo IX, a los tiempos de Balduino Brazo de Hierro.

Para hablar de Balduino hay que empezar por Judith.

La joven Judith, hija del rey franco Carlos II el Calvo, había estado casada ya dos veces, primero con el rey Ethelwulfo de Wessex y luego con su hijo Ethelbaldo (hijo de Ethelwulfo, no de Judith). Viuda de su primer marido y anulado el segundo matrimonio (de no anularse hubiera enviudado otra vez, ya que Ethelbaldo murió al poco tiempo), Judith fue devuelta a Francia. Así las cosas, nuevamente bajo la tutela de su padre y confinada en un monasterio, la princesa se fugó con Balduino. Entonces Judith tenía 17 años y Balduino no era mucho mayor.

El rey, muy enojado, intentó capturar a Balduino y ordenó a sus obispos excomulgar a los fugitivos, que tuvieron que viajar a Roma para obtener la ayuda del Papa. Lograda la reconciliación, Carlos otorgó a la pareja un feudo en el límite más septentrional de su reino. Y de este modo, Balduino y Judith se convirtieron en los primeros condes de Flandes.

Esta zona se veía constantemente asolada por las incursiones vikingas. Por tanto, la labor de Balduino consistía en defender sus posesiones o morir en el intento. No vivió para llegar a viejo pero sí ha de saberse que tuvo éxito: no solo consiguió contener las invasiones, sino que además fue capaz de extender sus dominios y sentar las bases para la prosperidad del territorio.

Hasta aquí el origen de los condes de Flandes. En cuanto al Gravensteen, el primer antecedente fue una fortificación de madera pensada para defenderse de los vikingos, pero en tiempos de Arnulfo I (el nieto de Balduino y Judith) ya existía un verdadero predecesor del castillo, aún de madera.

Sucesivas ampliaciones y reformas fueron transformando el castillo original, pero la más radical se llevó a cabo tras un gran incendio ocurrido en el año 1176.

Felipe de Alsacia, el conde de Flandes del momento, había estado en las Cruzadas. Inspirándose en las fortalezas que había visto en Tierra Santa, hizo reconstruir su castillo en un estilo totalmente nuevo, hasta entonces nunca visto en estas tierras.



Más que con propósitos defensivos, las murallas estaban pensadas para impresionar. Eran una demostración de poder, además de un recordatorio de la autoridad del conde, algo que los burgueses de Gante tenían la costumbre de olvidar.


La torre del homenaje, austera e impresionante, se elevaba muy por encima de las mansiones de piedra de los comerciantes ricos, quizás una señal de a quiénes en especial iba dirigido el mensaje.







Es ese castillo de Felipe de Alsacia, construido en el año 1180, el que todavía existe.






Los días del Gravensteen como residencia de los condes de Flandes terminaron en 1353. El castillo era demasiado austero y falto de confort para los gustos de la época, por lo que el conde Luis de Male decidió trasladarse al cercano Hof ten Walle, más tarde conocido como Prinsenhof (y de ahí el nombre del barrio). Pese a todo, las fiestas y ceremonias oficiales continuaron celebrándose en el Gravensteen.

Una nueva era para el castillo dio comienzo en 1407, año en que se estableció aquí el Consejo de Flandes. Como sede de esta institución, el Gravensteen fue el mayor tribunal de justicia del condado durante más de tres siglos. También se utilizó como prisión.

Volvieron a soplar vientos de cambio en 1778 con el traslado del Consejo de Flandes a otra ubicación. El Gravensteen, desprovisto de funciones de la noche a la mañana, fue dividido en lotes y vendido a particulares. Su interior terminó transformándose en un complejo industrial.

La situación se volvió crítica a finales del siglo XIX con la marcha de las industrias a las afueras de la ciudad. El viejo castillo abandonado estuvo a punto de desaparecer para siempre, ya que se planteó su demolición. Afortunadamente, se reconoció a tiempo su valor y la ciudad volvió a comprarlo para su restauración.

El arquitecto encargado fue Joseph de Waele. Siguiendo el ejemplo de Eugène Viollet-le-Duc, de Waele emprendió la tarea de devolver al Gravensteen su grandeza pasada, cuando aún era el castillo de Felipe de Alsacia.



Se ha criticado a de Waele que su recreación carezca en ocasiones de rigor histórico (no es sorpresa, ya que a Viollet-le-Duc le ocurrió lo mismo). Pero definitivamente consiguió lo que se proponía. Solo hay que ver la mole negra del castillo sobre las casas de colores, alzándose impactante y poderoso contra el siempre variable cielo de Gante.


 

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