Por las calles del viejo Rethymno en la isla de Creta

A medio camino entre las capitales de Creta, la del pasado y la que lo es en la actualidad (es decir, Chania y Heraklion), se encuentra la tercera ciudad en importancia y la más poblada de la isla después de estas dos. Es decir, Rethymno.

Podemos describir su casco histórico (que es lo que nos atrae principalmente) como un laberinto de pintorescos callejones en los que casi a cada paso y a la vuelta de cada esquina tropezamos con las huellas que dejaron venecianos y otomanos, juntas y revueltas en una curiosa mezcla que otorga al conjunto un encanto especial. O, simplificando mucho, podemos decir que el casco antiguo de Rethymno es algo parecido al de Chania, solo que un poco más pequeño (simplificando mucho y siendo un poco injustos, ya que cada uno tiene su propio carácter).



Y esto es algo muy personal, pero si tuviera que condensar mis impresiones acerca de Rethymno en una sola palabra, creo que elegiría la que invariablemente me viene a la cabeza cada vez que lo pienso. La palabra es sachnisia.


Sachnisia (en singular sachnisi) son esas estructuras de madera que sobresalen en los pisos superiores de muchas de las casas.


Las sachnisia son herencia otomana.

En 1646, los turcos se apoderaron de Rethymno, acabando así con más de cuatro siglos de dominación veneciana. Los nuevos conquistadores no reconstruyeron la ciudad desde cero, sino que aprovecharon las casas desalojadas instalándose en ellas y adaptándolas según sus costumbres.


Me imagino (sin el menor rastro de envidia) a las mujeres de la casa observando discretamente el trajín de la calle desde las ventanas de madera… A fin de cuentas, una forma como otra cualquiera de matar el tiempo.


Hemos visto muchos ejemplos de estas construcciones en Chania, tenemos que reconocerlo. Pero aquí hay tal concentración que, en lo que a sachnisia se refiere, Chania es a Rethymno como el cacahuete a la crema de cacahuete (y me gustan ambos).

Lo mismo se puede decir de las puertas. O de los marcos de las puertas, para ser exactos, que han sobrevivido hasta nuestros días en apabullante cantidad.







Dejo las discriminaciones para los expertos. A mí me gustan por igual tanto las entradas monumentales como las más sencillas, independientemente de si aparecen o no en las guías.





Son las ventajas de ser una diletante.

 

Comentarios