Imeri Gramvousa, una isla pirata en el mar de Creta


El barco que nos ha sacado de la laguna de Balos, aquel pedacito de paraíso escondido en la costa noroeste de Creta, ahora nos deja en una isla desierta.

Imeri Gramvousa, la isla donde desembarcamos, es muy pequeña y extraordinariamente agreste, pero no carece de atractivos. Como no tenemos mucho tiempo, debemos aprovecharlo bien y decidir rápidamente qué queremos hacer.

Dos son las opciones principales: subir fatigosamente, bajo el ardiente sol de verano, por un sendero empinado y pedregoso hasta llegar a lo más alto de la isla, donde están los restos de una fortaleza veneciana, o quedarse aquí mismo, en una playa de guijarros blancos y aguas cristalinas de un precioso azul turquesa.

Por lo que a mí respecta, no tengo dudas.


Y no soy la única. Como una línea de puntos, los seres humanos marcamos el trazado sinuoso del camino que va desde la playa hasta la antigua fortaleza.


Cuando por fin llegamos arriba hemos salvado un desnivel de 137 metros. El esfuerzo ha merecido la pena. De hecho, la cabra que hay en mí está radiante de felicidad.



El león alado de San Marcos, símbolo inconfundible de Venecia, aguarda impasible frente a la entrada, tirado en el suelo como si fuera cualquier cosa.



La fortaleza de Imeri Gramvousa fue construida a finales de la dominación veneciana, entre los años 1579 y 1584, con el objeto de proteger la parte noroccidental de Creta ante la creciente amenaza otomana.





Los turcos, en efecto, terminaron ocupando la isla de Creta. No obstante, cuando se dio por completada la conquista en 1669, la República de Venecia aún poseía tres islotes en apariencia insignificantes pero bien fortificados y de gran valor estratégico. Con ellos estaba en condiciones de defender sus rutas comerciales y de intentar en el futuro recuperar territorios. Estos tres islotes eran Souda, Spinalonga e Imeri Gramvousa.

El momento llegó en 1692, pero quizás las cosas no salieron según lo esperado. Los venecianos se lanzaron a la reconquista de Creta, sin éxito, y en el intento perdieron Imeri Gramvousa. Los turcos, muy conscientes de su importancia, sobornaron a uno de los oficiales y consiguieron rendir el fuerte sin presentar batalla. En cuanto al traidor que aceptó el soborno, de nombre Luca Della Rocca, vivió confortablemente el resto de sus días en Constantinopla. Allí fue conocido (me imagino el tono socarrón de sus contemporáneos) como Capitán Gramvousa.


El engaño puede funcionar tan bien como el soborno cuando se trata de tomar una fortaleza inexpugnable. En 1825, en plena revolución por la independencia, un grupo de rebeldes disfrazados de soldados turcos logró colarse dentro y hacerse con el control. De este modo, Imeri Gramvousa fue el primer territorio cretense liberado de la dominación otomana.

Desde aquí se intentó extender la revolución al resto de Creta. Sin éxito. Así que los rebeldes tuvieron que limitarse a la guerra de guerrillas. Y por pura necesidad terminaron convertidos en piratas.

Durante casi dos años, Imeri Gramvousa fue la única zona rebelde de toda Creta. En ese tiempo se había ido llenando poco a poco de revolucionarios y refugiados venidos de otras partes de Grecia, llegando a ser más de 3.000. Cuesta imaginar tanta gente viviendo en un espacio tan pequeño y escaso de recursos. Pero la posición era ideal para controlar el estrecho que separa las islas de Creta y Anticitera, y los gramvousanos la aprovecharon bien para atacar los barcos que cruzaban por esas aguas.

La comunidad de piratas estaba bien organizada, también por pura necesidad, teniendo en cuenta el número de habitantes. Construyeron una escuela y dedicaron su iglesia (esto me encanta) a Panagia Kleftrina, la Virgen de los Ladrones.



Para el año 1828, Imeri Gramvousa era el principal centro de piratería de todo el Mediterráneo oriental. Y ya habían enfadado a demasiada gente, especialmente en Europa. El motivo es que los isleños se dedicaban a asaltar (con mucho éxito) cualquier barco, sin discriminar. Eso fue quizás su perdición. Ese mismo año, una fuerza combinada de ingleses y franceses destruyó la flota pirata y se hizo con la fortaleza, acabando así con el sueño de la rebelde, libre e irreductible Gramvousa.

Dicen que en alguna parte de la isla hay oculto un gran tesoro. Sinceramente, fantasear es inevitable. La niña que hay en mí también se emociona imaginando historias de castillos y piratas. Pero me parece que aquí los tesoros están bien a la vista. O casi, como la laguna de Balos, que la península de Tigani se encarga de proteger.


O la isla hermana de Agria Gramvousa, la salvaje, cuyas paredes inexpugnables no han sido creadas por ninguna mano humana, sino por la Madre Naturaleza.


O los restos oxidados de un barco naufragado.


Deshaciéndose lentamente al final de la playa de guijarros yace el Dimitrios P, varado aquí desde 1968. Para mí es el broche final perfecto de una visita relámpago a la isla de Imeri Gramvousa.


Y además he tenido tiempo de darme un chapuzón.

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