Escocia: todos los caminos llevan a la catedral de Saint Andrews


Saint Andrews, en el histórico Reino de Fife, es una ciudad pequeña y coqueta. Esto se nota nada más bajar del autobús, que nos ha dejado en pleno centro. Lo siguiente es descubrir que todas las calles principales conducen hacia el este, trazando el dibujo de una mano extendida (o quizás una estilizada concha de peregrino), para converger en un mismo sitio.


Lo que se encuentra en ese sitio (no podía ser cualquier cosa) son las ruinas de la catedral, que en su día fue la mayor y más importante de toda Escocia.



Comenzada alrededor del año 1160, la catedral de Saint Andrews tardó unos 150 años en concluirse. En 1318, cuando fue finalmente consagrada, Robert the Bruce asistió a la ceremonia: podemos imaginar la grandiosidad del momento cuando, según cuenta la historia, recorrió la nave montado a caballo.


El edificio tuvo que ser impresionante, a juzgar por los restos que se conservan. Sin embargo, no se puede decir que la suerte le favoreciera especialmente. En 1272, antes incluso de haberse terminado, un temporal derribó la parte oeste de la nave. Posteriormente, en 1378, sufrió un gran incendio. Tuvo poco tiempo para recuperarse: en 1409, fue la parte sur del transepto la que se vino abajo por otro temporal (que le hayan afectado tanto las inclemencias del tiempo se entiende por lo expuesta que está, en un promontorio tan cerca del mar).



Pero la responsable del principio del fin para tan magnífica catedral sería otra fuerza de la naturaleza: el ser humano. En 1559 (eran ya los tumultuosos tiempos de la Reforma), un apasionado sermón de John Knox en contra de la idolatría provocó que una multitud enfurecida tomara por asalto la catedral, destruyendo a su paso cualquier símbolo considerado papista.

Tras esto llegó el abandono y después la ruina, acelerada en los siglos siguientes al aprovecharse sus piedras como material de construcción.



En los terrenos creció un cementerio. Un auténtico bosque de tumbas ha llegado a ocupar todo el recinto, envolviendo literalmente los restos de la antigua catedral.





Somos muchos los que paseamos entre las lápidas deteniéndonos aquí y allá para leer las inscripciones, contemplando los efectos del paso del tiempo sobre las tumbas o admirando los relieves de las cruces celtas.






Dentro del recinto amurallado de la catedral se conservan también los restos de una iglesia más antigua, cuya maciza torre no pasa desapercibida. Se trata de la iglesia de Saint Rule, dedicada al santo que, según la leyenda, trajo a Escocia las reliquias de San Andrés.


Dejando de lado la imaginación de la gente, el caso es que a principios del siglo VIII las reliquias llegaron a Saint Andrews (que obviamente todavía no se llamaba así, sino Kilrymont).


En esta localización ya existía una comunidad religiosa, que se hizo cargo de los valiosos restos. Aunque no parecen gran cosa (consistían en un hueso del brazo, tres dedos, un diente y una rótula), fueron suficientes para poner el lugar en el mapa. Gracias a estas reliquias, Saint Andrews se convirtió en un importantísimo centro de peregrinación y de hecho en la capital religiosa de Escocia.

Hasta la Reforma, claro está.


Fuera ya de los terrenos de la catedral, aunque al lado mismo de la muralla, hay unas ruinas bastante modestas que apenas sobresalen del suelo. Son todo lo que queda de la iglesia de Saint Mary on the Rock, barrida también por los vientos de cambio que trajo la nueva religión.


El viento (el fenómeno meteorológico) debe azotar de lo lindo aquí, pero ¿quién puede preocuparse por algo así en un día apacible como hoy?


 

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