Calton Hill en Edimburgo o la Atenas del norte
No nos hemos atrevido con Arthur’s Seat pero Calton Hill es otra cosa. De las tres colinas volcánicas en el centro de Edimburgo que comparten origen y edad (millón de años más, millón menos) Calton Hill es la de menor altitud. La supera por muy poco Castle Rock, la impresionante roca donde se asienta el castillo, y ambas son sobrepasadas ampliamente por Arthur’s Seat, localizada en medio del extenso Holyrood Park.
La subida a Calton Hill desde Waterloo Place ha sido sorprendentemente fácil. Tras haber cruzado el Regent Bridge, que hasta ahora solo habíamos visto desde abajo, y pasar junto a los oscuros muros del cementerio de Old Calton, hemos encontrado un corto tramo de escaleras que nos ha conducido en un momento al sendero que rodea la colina.
Además de por las vistas, este sendero de circunvalación es especial ya que ha sido uno de los primeros paseos públicos en Gran Bretaña creados específicamente para el esparcimiento de la gente. Fue David Hume (1711-1776), el gran filósofo nacido en Edimburgo, quien en 1775 encabezó la campaña que consiguió hacerlo realidad, así que se le ha nombrado en su honor: Hume Walk.
En la cima de Calton Hill, el antiguo observatorio comparte espacio con varios monumentos que parecen desperdigados al azar. Uno de ellos es el National Monument, que ya vemos asomando tras la hierba mientras subimos desde el Hume Walk.
Comenzado en 1826, el National Monument se creó para conmemorar a los escoceses muertos en las guerras napoleónicas. La idea era construir una réplica exacta del Partenón de Atenas. Sin embargo, los trabajos se paralizaron en 1829 por falta de fondos y el monumento quedó inacabado. De este modo se ganó algún que otro mote, como por ejemplo National disgrace.
Los visitantes de hoy en día no tenemos nada que objetar. A nosotros el National Monument nos gusta tal cual está, con sus gigantescos escalones y su piedra oscura, tan distinta de la del templo original que se había querido emular.
La piedra, tan común en muchos edificios del centro histórico, proviene de Craigleith (tras conocer Edimburgo, otra palabra con encanto especial para mi lista personal). Esta cantera estuvo activa más de 300 años, desde 1615 hasta 1942.
Muy cerca del National Monument se alza el Nelson Monument. La torre, digna de Rapunzel, fue erigida entre los años 1807 y 1816 en memoria del vicealmirante Lord Nelson, muerto en la batalla de Trafalgar.
Las vistas desde la cima de Calton Hill ya son espléndidas a ras de suelo, pero es de imaginar que desde lo alto del Nelson Monument tienen que ser todavía mejores. Así que merece la pena tomarse la molestia: en total, no son más que 143 escalones.
Y efectivamente son fantásticas. Después de haber paseado arriba y abajo por el centro de la ciudad reconocemos ya muchas cosas. Si miramos hacia la Old Town podemos determinar con exactitud el recorrido de la Royal Mile entre el castillo y el palacio de Holyroodhouse, que desde aquí parece de juguete.
Más allá de la Old Town, como telón de fondo, sobresale la gran mole de Arthur’s Seat y los Salisbury Crags.
Coronando el Nelson Monument hay una bola del tiempo. Se instaló en 1853 para que los barcos en el Firth of Forth pudieran ajustar sus relojes. Pero había un problema, y era que una señal como esta resultaba insuficiente en los días de poca visibilidad. Así que desde 1861, como ya sabemos, a la bola del tiempo del Nelson Monument en Calton Hill le acompaña un cañonazo del One o’Clock Gun en el castillo de Edimburgo.
El más pequeño de los monumentos en la cima de Calton Hill, aunque no por ello menos emblemático, es el Dugald Stewart Monument, inspirado en la Linterna de Lisícrates de Atenas. Se construyó en 1831 en honor a Dugald Stewart (1753-1828), profesor y filósofo nacido en Edimburgo.
Fue él quien dio a su ciudad el apodo de Atenas del norte. Su orgullo no era exagerado. La época en la que vivió coincide con la Edad de Oro de Escocia, un periodo caracterizado por grandes logros artísticos, culturales y científicos. Especialmente para Edimburgo era un momento muy dulce: por un lado se había convertido en un foco cultural de primer orden y por otro estaba cada vez más bella, con su New Town recién creada.
Me imagino a Dugald Stewart aquí de pie, contemplando la ciudad lleno de optimismo y me pregunto si le parecería bien considerar Calton Hill como la Acrópolis de Edimburgo. Porque ¿acaso hay un lugar más apropiado en la Atenas del norte?
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