La noche sobre Atenas desde el monte Licabeto


La inconfundible silueta del monte Licabeto, que se alza en el barrio de Kolonaki, es visible desde numerosos lugares de la ciudad, de modo que nos resulta ya muy familiar.

Desde la Acrópolis...

... desde el Areópago...

... desde la colina de Filopappou...

... desde la colina de Pnyx...

... y desde el Templo de Zeus Olímpico.

Con una altura de 277 metros sobre el nivel del mar, su cima es el punto más alto del centro de Atenas, por lo que ofrece unas vistas magníficas. Así que decidimos que no podemos irnos sin haber subido.

Desde la estación de metro de Evangelismos, caminamos cuesta arriba por las empinadas calles del barrio de Kolonaki para tomar el funicular que nos llevará hasta el mirador.

Según se dice, en la antigüedad estas laderas estaban pobladas por gran cantidad de lobos. De hecho, algunos sugieren que ahí habría que buscar la etimología del monte Licabeto (de lykos, lobo).

Sin embargo, otros sostienen que fueron los pelasgos, que habitaban el Ática antes de la llegada de los jonios, los que le dieron el nombre, al igual que a otras montañas y ríos. Algunos de ellos ya nos van sonando, como es el caso del monte Himeto, al este de Atenas, o el río Ilisos, casi totalmente soterrado bajo la ciudad moderna.

Llegamos a la estación del funicular justo a tiempo de verlo marchar (sin nosotras), por lo que, a no ser que sigamos a pie (no me atrevo ni a proponerlo), tendremos que esperar hasta el siguiente. Esto significa que para entonces ya se habrá puesto el sol. No todo iba a ser perfecto.

Tras la media hora de espera, que hemos aprovechado para descansar, y un trayecto de unos cinco minutos, nos hallamos por fin en lo alto del monte Licabeto.

En la antigüedad, aquí había un templo dedicado a Zeus. Su lugar lo ocupa ahora la diminuta iglesia de Agios Georgios, que data del siglo XVIII. Y justo enfrente, junto a un pequeño campanario, se encuentra el mirador.


La ciudad iluminada se extiende inmensa a nuestros pies. La contemplamos con calma, entreteniéndonos en buscar con la mirada los lugares que ya conocemos, y disfrutamos del momento. No tenemos prisa.

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