Hundertwasser en Viena: ¡que viva la forma y que viva el color!


A Friedrich Stowasser, nacido en Viena en 1928, le gustó pintar desde muy pequeño. Por fortuna para él, tenía las dos cosas, pasión y cualidades. De sus profesores ya recibió elogios por su extraordinario sentido del color y la forma. Entre sus temas favoritos estaban las flores, los paisajes y las casas.

De adulto, siendo aún muy joven, dio muestras de un carácter curioso, inquieto y poco convencional. Quizás deja entrever algo de su personalidad lo que hizo con su nombre.

Empezó con el apellido, Stowasser: dado que sto quiere decir cien en muchas lenguas eslavas, lo cambió por Hundertwasser (cien aguas). También se cambió el nombre de pila, Friedrich, que acabó definitivamente como Friedensreich (rico en paz, es decir, que tiene mucha paz, no un rico pacífico). Y aún fue más allá añadiéndose otros dos: Regentag (día lluvioso) y Dunkelbunt (algo parecido a colores brillantes en la oscuridad).

Así, Friedrich Stowasser, que de niño pintaba flores, paisajes y casas, se puso a sí mismo el nombre con el que sería conocido para la posteridad: Friedensreich Regentag Dunkelbunt Hundertwasser.

Hundertwasser tuvo una vida larga y productiva (murió en el año 2000) que estuvo marcada no solo por su trabajo como pintor y artista gráfico, sino también por su compromiso con la protección del medio ambiente y por su firme postura en defensa de una arquitectura más humana y en sintonía con la naturaleza.

Esta, la arquitectura, fue su otra gran pasión. Mediante manifiestos y conferencias se dedicó durante años a criticar la arquitectura funcional (que en su opinión confinaba al ser humano) y abogó por el derecho de todo individuo a vivir en una casa habitable, donde cada cual puede asomarse a su ventana y, hasta donde le alcance el brazo, pintar la fachada. En este sentido, acuñó el término Fensterrecht, el derecho a la ventana. También acuñó otro: Baumpflicht, el deber para con los árboles. Hundertwasser consideraba que había que devolver a la naturaleza lo que el edificio le había quitado, por lo que propuso plantar árboles en terrazas y azoteas y permitir que la vegetación creciera libremente.

Sus discursos no cayeron en saco roto, porque en 1977 el ayuntamiento de Viena le propuso llevar a la práctica sus ideas, invitándole a construir un complejo de viviendas municipales.

Hundertwasser era un ser humano poco común que se atrevería a otorgarse a sí mismo el título de doctor en arquitectura, pero no era arquitecto, por lo que la ciudad de Viena puso uno a su disposición. Josef Krawina, el arquitecto, asumió la no poco ardua tarea de dar forma concreta al concepto que el artista tenía en la cabeza. Cuando se retiró del proyecto, otro arquitecto, Peter Pelikan, se hizo cargo.

Por lo que parece, Hundertwasser y Pelikan se entendieron bien, porque ese fue el comienzo de una larga y fructífera colaboración que dio como resultado nuevos y fantásticos edificios.

Pero este de aquí, en el centro de Viena, siempre tendrá el honor de haber sido el primero.




El complejo de viviendas, que pasó a conocerse popularmente como Hundertwasserhaus, causó sensación desde el principio (se construyó entre los años 1983-1985) y a día de hoy, a juzgar por el número de turistas que pululamos a su alrededor, sigue teniendo el mismo tirón.

Los afortunados residentes de la Hundertwasserhaus (de nosotros, los turistas, no sé qué pensarán) disfrutan de sus hogares a precios relativamente asequibles (son viviendas municipales, esto es algo que uno tiende a olvidar). Disponen además de varias zonas comunes, que incluyen dos salas de juegos, un jardín de invierno y tres terrazas comunitarias (las restantes 16 son privadas). Por otro lado, hay espacio para cuatro locales comerciales y un consultorio médico.




Pensando en los inquilinos, se pintaron las fachadas de colores. Hundertwasser quería que cada vecino, al llegar a casa, pudiera alzar la mirada desde la calle y, de un solo golpe de vista, identificar sus ventanas (lo que el artista tenía en mente no era algo práctico, sino ese emocionante sentido de pertenencia que debería invadir a quien regresa, después de todo un día fuera, a ese pequeño y particular rincón al que llama hogar). En contraste, las partes de la fachada que corresponden a las zonas comunes se pintaron de gris oscuro.



La Hundertwasserhaus, como edificio privado que es, no se puede visitar por dentro (a nadie le gusta que se le metan hasta la cocina), pero justo enfrente hay un pequeño centro comercial que fue diseñado por el propio Hundertwasser. El artista creó este espacio a la manera de pueblo, con su plaza, su bar y sus calles llenas de tiendas, por lo que el letrero de la entrada parece lógico: Hundertwasser Village (aunque yo, que soy como soy, hubiera preferido Hundertwasserdorf).


El legado arquitectónico de Hundertwasser en la ciudad de Viena incluye dos obras más. En Spittelau, el artista rediseñó el exterior y la chimenea de la Fernwärme Wien, una planta incineradora de residuos. Con el estilo que le caracterizó, tan imaginativo y peculiar, logró que un edificio industrial sin personalidad tuviera la apariencia de un fabuloso castillo de cuento.

La Fernwärme queda un poco lejos para ir dando un paseo, pero muy cerca de aquí, a tan solo unos cientos de metros, se encuentra el último, pero no por ello menos importante, de los edificios de Hundertwasser en Viena.

La Kunst Haus Wien es otro producto más del trabajo colaborativo de Hundertwasser y el arquitecto Peter Pelikan, además de prueba de lo bien que se entendieron. Se concibió como museo para albergar una selección de la extensa obra del artista (pinturas, grabados, tapices, maquetas…), con espacio adicional para exposiciones temporales.


Hubiera sido bonito ver la Kunst Haus Wien por dentro, no solo por la construcción en sí, sino también por su contenido (después de todo, condensa el trabajo de toda una vida), pero me quedo con las ganas porque me la encuentro cerrada.


Me consuelo yendo a dar una vuelta por el Prater. Literalmente me doy una vuelta (más bien varias), porque en el parque de atracciones del Prater todavía funciona la archifamosa Wiener Riesenrad. Esta noria gigante se construyó en 1897 para celebrar el 50 aniversario de la subida al trono del emperador Francisco José.


El Dunkelbunt de Hundertwasser no se refería a esta clase de colores brillantes en la oscuridad. Lo comprendo. Pero parece que sigo sugestionada porque no puedo pensar en otra cosa. Y mientras cae la noche, como una cantinela, en mi cabeza se repite la misma palabra: Dunkelbunt… Dunkelbunt… Dunkelbunt…


 



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