Un baño de oro en el pabellón de la Secession de Viena
Viena, finales del siglo XIX. El panorama artístico está dominado principalmente por dos instituciones: la Akademie der bildenden Künste (la academia de bellas artes) y la Künstlerhaus (la sociedad de artistas). La flamante sede de esta última, inaugurada en 1868, es a la vez club social y espacio expositivo de primer orden.
No es de extrañar que todo artista que se precie pertenezca a la Künstlerhaus. Sin embargo, entre los miembros más progresistas cunde el descontento. Con demasiada frecuencia, se lamentan, sus trabajos son excluidos de las exhibiciones en favor de otros de estilo más convencional. Se temen, y es muy frustrante, que la Künstlerhaus se esté quedando anquilosada.
La separación se veía venir y se produce efectivamente en 1897. En la primavera de ese año se funda una nueva sociedad de artistas, la Vereinigung bildender Künstler Österreichs Secession, que se conocerá por su nombre corto: Secession. El primer presidente es un destacado miembro fundador: Gustav Klimt (1862-1918).
La recién nacida asociación necesita un edificio de exposiciones propio, que se levantará no muy lejos de la Künstlerhaus. Se confía el diseño al joven arquitecto Joseph Maria Olbrich (1867-1908), otro miembro fundador. Poco más de un año después, en el otoño de 1898, el novedoso pabellón de la Secession está terminado.
El edificio en sí es toda una declaración de principios, un manifiesto que el grupo no se molesta en redactar oficialmente en papel. Su oposición al academicismo imperante, así como su postura a favor de las nuevas tendencias artísticas se hace patente con la inscripción sobre la entrada: Der Zeit ihre Kunst. Der Kunst ihre Freiheit (A cada época su arte. Al arte su libertad).
Las tres gorgonas personifican la pintura, la arquitectura y la escultura. Su autor, Othmar Schimkowitz (1864-1947), expresa así la aspiración común de integrar todas las disciplinas en una obra de arte total, la Gesamtkunstwerk. El concepto no es nuevo, ni tampoco el término (lo acuñó el compositor Richard Wagner), pero los artistas de la Secession lo rescatan y le dan vigencia.
La inscripción en latín Ver Sacrum (primavera sagrada) refleja la esperanza en un nuevo florecimiento de las artes. Fiel a este espíritu, el grupo edita la revista de arte Ver Sacrum, en la que colaboran creadores de todos los ámbitos.
El trabajo colaborativo se extiende al diseño ornamental del edificio. La decoración de las puertas de entrada es obra del hermano menor de Gustav, Georg Klimt (1867-1931). Las gorgonas, ya lo hemos visto, son de Othmar Schimkowitz.
De los maceteros sostenidos por tortugas se encarga Robert Oerley (1876-1945).
Koloman Moser (1868-1918) realiza la Reigen der Kranzträgerinnen, la danza de doncellas con sus guirnaldas doradas.
Las referencias a la antigüedad clásica no acaban. Las tríadas de lechuzas son una creación conjunta de Koloman Moser y Joseph Maria Olbrich (el primero las diseña y el segundo las modela).
El laurel, que está presente por doquier, lleva el sello de Gustav Klimt.
Con hojas del laurel de la victoria se corona el edificio. Desde que se materializa, la gran cúpula dorada provoca una infinidad de reacciones: curiosidad, admiración, sarcasmo, indignación… En fin, una cosa ha conseguido: no dejar a nadie indiferente.
Técnicamente, el grupo escultórico de Marco Antonio y sus leones no forma parte del edificio, pero se coloca al lado a propósito y es una contribución de otro miembro de la Secession: Arthur Strasser (1854-1927),.
El interior del pabellón se caracteriza por su versatilidad, necesaria para un grupo cuyo objetivo es la Gesamtkunstwerk, una obra de arte total para unirlas a todas.
A este respecto, la 14ª exhibición de 1902 será digna de recordar. Con motivo del 75º aniversario de la muerte de Ludwig van Beethoven, se organiza una exposición para rendirle homenaje en la que colaboran 21 artistas. La pieza principal es una estatua del compositor realizada por Max Klinger (1857-1920), en torno a la cual se organizan los distintos trabajos. En la ceremonia de apertura, unos músicos interpretan una adaptación de la Novena Sinfonía.
En esta sinfonía se inspira Gustav Klimt para hacer su contribución, que consiste en un gran friso donde se representa en forma de secuencia el anhelo de felicidad de la humanidad, la lucha contra las fuerzas malignas y la alegría finalmente conseguida, con ángeles cantando y el beso que envuelve al mundo.
El friso de Klimt no está hecho para durar, ya que se prevé que sea desmantelado al término de la exhibición. Sin embargo, por caprichos del destino se salvará. Es más, los visitantes del futuro aún podrán admirarlo aquí, en el pabellón de la Secession. Y seguro que sabrán reconocer su valor.
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