Creta: viaje al paraíso, desde Kissamos hasta la laguna de Balos
Hoy daremos un paseo en barco por el extremo más noroccidental del más noroccidental de los extremos de la isla de Creta. El lugar en cuestión es la península de Gramvousa, que vamos a bordear hasta alcanzar una de sus maravillas naturales: la laguna de Balos.
Gramvousa y Rodopos, dos penínsulas largas y estrechas, se adentran en el mar como los brazos de una horquilla. En medio, al fondo de la bahía que han formado, se encuentra la ciudad de Kissamos. Desde su puerto, un poco alejado del casco urbano, se la distingue empequeñecida entre las montañas y el agua.
Paisaje agreste perfecto para las cabras (que las hay) y acantilados, donde de vez en cuando se abre alguna cueva, nos acompañan durante toda la travesía. Cuando doblamos el cabo Vouxa, el punto más septentrional de la península de Gramvousa, dejamos a nuestra derecha una pequeña isla deshabitada. El nombre que se le ha dado es Agria Gramvousa, la salvaje, para distinguirla de otra situada un poco más al sur.
Esa otra isla es Imeri Gramvousa, la domesticada. De relieve abrupto, como todo lo que sobresale del agua en esta zona, está también deshabitada, pero conserva restos de ocupación humana.
En lo más alto de Imeri Gramvousa los venecianos construyeron una fortaleza. Nos animaremos a subir hasta sus ruinas cuando desembarquemos en el viaje de vuelta. Pero ahora pasamos de largo.
Pontikonisi, otra isla deshabitada, es visible hacia el oeste difuminada por la distancia.
Varios accidentes geográficos difíciles de pasar por alto señalan la localización de Balos. En la parte sur se alza el monte Geroskinos (762 m), que es la mayor elevación de la península de Gramvousa.
En el lado oeste la laguna está protegida del mar abierto por un promontorio de forma más o menos redonda y cima aplanada, cuyo nombre es Tigani (sartén). Muy apropiado, hay que reconocer, aunque al ser tan grande el detalle se pierde desde el embarcadero, que está en su base.
Tigani está unida a la península de Gramvousa por dos franjas de tierra que contienen la laguna. Por fuera se han creado dos bahías, tan distintas entre sí que parece que lo único que tienen en común es que el agua es cristalina.
Preciosos tonos de azul brillante se dejan ver en la playa del norte, de fondo llano y arena blanca.
En la bahía sur, muy rocosa y de gran profundidad, el mar es de un intenso azul oscuro (el vinoso ponto de Homero, al menos tal como yo lo imagino).
Dentro de la laguna, cuyo fondo está casi a ras de la superficie del agua, los matices de color abarcan toda la gama que va desde el verde jade hasta el blanco luminoso.
Y hablando de colores, aún hay otra cosa. En algunos sitios la arena aparece coloreada de rosa. Es por los restos de conchas de foraminíferos (diminutos organismos marinos) que las olas han arrastrado hasta la orilla.
Es algo realmente especial. Como Balos.
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