Escocia: la isla de Inchcolm en el Firth of Forth
Los puentes del Firth of Forth se van haciendo cada vez más pequeños en la distancia conforme la doncella del Forth (así se llama nuestro barco, Maid of the Forth) avanza tranquilamente en dirección a la isla de Inchcolm.
Inchcolm es famosa por los restos de su abadía medieval, que es lo que la distingue del resto de islas desperdigadas a lo largo y ancho del estuario del Forth.
Todas estas islas comparten algunas características, e Inchcolm no es una excepción: son muy pequeñas, están deshabitadas y constituyen un refugio para las aves marinas y la vida silvestre en general.
Abundan también los islotes rocosos, miniaturas de miniaturas, rebosantes de vida igualmente.
Las aves parecen las dueñas del cotarro pero en el Firth of Forth también hay focas, que viven aquí de forma permanente. Avistamos algunas desde el barco, tendidas indolentemente sobre las boyas e indiferentes al entusiasmo que despiertan.
Los fantásticos inquilinos de Swallow Craig, por el contrario, nos reciben con una sonrisa de oreja a oreja (y sí, es contagioso). El islote, rebautizado Inchgnome, se encuentra junto al embarcadero de la isla de Inchcolm.
Frente al embarcadero, en la parte más baja y estrecha de la isla, es donde se localiza la abadía.
Sus orígenes hay que buscarlos en el siglo XII. Cuenta la historia que en 1123, durante una travesía por el Firth of Forth, el rey Alexander I se vio forzado a resguardarse en la isla a causa de una tormenta. Aquí vivía retirado un ermitaño, que le ofreció su hospitalidad y lo acogió durante tres días. En agradecimiento (me pregunto qué opinó el ermitaño), el rey hizo la promesa de fundar en el lugar un monasterio. Y aunque murió el año siguiente, la promesa no quedó incumplida. David I, su hermano y sucesor, finalmente fundó el priorato agustino de Inchcolm, que sería elevado al estatus de abadía en el año 1235.
En la actualidad, la abadía de Inchcolm tiene el honor de ser el conjunto de edificios monásticos mejor conservado de Escocia.
Hemos comenzado la visita por las estancias de la zona sur. Debido a su orientación privilegiada se cree que en esta parte pudo estar la enfermería o quizás la residencia del abad.
Recortado en la distancia, se distingue con claridad el inconfundible perfil de la ciudad de Edimburgo. La isla a mitad de camino es Inchmickery. Al igual que Inchcolm, es probable que haya sido el hogar de algún anacoreta solitario en el pasado lejano.
Los edificios en mejor estado son los que se encuentran en el centro de la abadía.
El oscuro y resguardado claustro, con sus techos abovedados y sus muros ultragruesos, es bastante inusual, ciertamente muy diferente de la imagen ideal de claustro porticado que todos tenemos. Desde él se accede a la sala capitular.
El exterior de esta construcción octogonal ya llamaba la atención. El precioso interior, con sus paredes tapizadas de verdín, parece un delicado joyero ajado por el tiempo.
En el primer piso se conservan varias salas. Sobre los claustros están el refectorio y el dormitorio. Y encima de la sala capitular, el calefactorio.
A esta pequeña habitación, cuyo nombre lo explica todo, venían los monjes para entrar en calor durante los meses más fríos. En la pared todavía son visibles algunas inscripciones en latín.
Entre los edificios que sobreviven al norte del claustro, donde en otro tiempo estuvo la iglesia original, destaca la torre. A partir del siglo XV, con la construcción de una nueva iglesia más al este, esta parte se acondicionó como residencia del abad.
Es posible subir a la torre. Llegamos arriba para descubrir que los puentes del Firth of Forth no están tan lejos después de todo.
De la iglesia, al este de la torre, apenas quedan restos. El motivo es que fue desmantelada tras la Reforma escocesa: a pesar de su aislamiento, Inchcolm no se libró de sus efectos, como tampoco se había librado en el pasado de los ataques de los ingleses, a los que los monjes siempre supieron temer.
La abadía está flanqueada al este y al oeste por colinas. Tenemos tiempo para explorar la del lado oriental en busca de más vestigios históricos, aunque de otra clase y de distinta época.
Durante las dos guerras mundiales hubo que proteger el Firth of Forth. En sus aguas había objetivos importantes como la base naval de Rosyth, el Forth Bridge (esto es, el puente del ferrocarril) o la ciudad de Edimburgo.
Inchcolm, al igual que otras islas del fiordo, era ideal para emplazar defensas. Aquí y allá todavía asoman algunos restos que la naturaleza ha ido reclamando para sí.
Se conserva además, y es transitable, un túnel. Se construyó entre los años 1916-1917 para transportar munición de forma rápida y segura entre ambos lados de la colina.
Procuramos no molestar a las gaviotas, que están nerviosas por sus crías. Avanzamos sin perderlas de vista, manteniendo una respetuosa distancia, pisando con cuidado para no rodar pendiente abajo e intentando sortear la maleza para no arañarnos demasiado (todo a la vez).
... un cardo es un cardo es un cardo... |
Uno de los edificios de la Primera Guerra Mundial, cerca del embarcadero, ha sido transformado en centro de visitantes. Tiene un pequeño museo. Allí nos entretendremos un rato antes de que la doncella del Forth regrese para llevarnos lejos de Inchcolm.
Comentarios
Publicar un comentario