Cuatro o cinco cosas acerca del castillo de Edimburgo

Nemo me impune lacessit (nadie me ofende impunemente). Con estas palabras que son un desafío recibe el castillo de Edimburgo a todos sus visitantes. El lema ondea sobre la entrada, flanqueada por las figuras de Robert the Bruce y William Wallace, héroes nacionales de Escocia.

En realidad, no necesitábamos tal bienvenida para quedarnos impresionados. Nos ha bastado con echar un vistazo a sus defensas, especialmente la Half Moon Battery, quizás el rasgo más distintivo del castillo.


Construida entre 1573 y 1588, esta estructura semicircular se levantó sobre las ruinas de la David’s Tower. La torre, que debió ser enorme, había sido edificada en el siglo XIV por orden de David II (el hijo de Robert the Bruce) y se vino abajo durante el llamado Lang Siege (1571-1573). Este en efecto largo asedio fue el último episodio de la guerra civil que se desató tras la forzada abdicación de Mary Queen of Scots (esto es, María Estuardo).

Ciertamente, el castillo de Edimburgo ha tenido una historia turbulenta, incluso dejando de lado guerras y asedios. Un suceso tristemente famoso, que por otra parte es una prueba de cómo en ocasiones la realidad supera a la ficción, tuvo lugar precisamente en la David’s Tower.

Corría el año 1440. El rey James II tenía 10 años y las familias nobles escocesas rivalizaban entre sí para acumular poder aprovechando la minoría de edad del monarca. Una de las más poderosas era el clan Douglas. Al frente estaba el joven William Douglas, 6º conde de Douglas, de 16 años de edad. Acababa de heredar el título de su padre, el antiguo regente, recientemente fallecido.

Ocurrió que en noviembre de ese año, los nobles que se habían repartido el control sobre el niño rey tras la muerte del regente invitaron al joven William y a su hermano menor, David, a una cena en el castillo de Edimburgo. Mientras comían se llevó a la mesa la cabeza de un toro negro: era la señal de que alguien iba a morir. Sin que de nada sirvieran las protestas del pequeño James, los jóvenes Douglas fueron arrastrados afuera, sometidos a un apresurado juicio bajo falsas acusaciones y decapitados de inmediato.

El suceso (en mi cabeza suena la música de Juego de Tronos) pasó a conocerse como La Cena Negra.

En cuanto a James II, vivió lo suficiente para llegar a la vida adulta y recuperar (no sin grandes dificultades) el poder sobre su reino.

Gran entusiasta de la artillería (ironías de la vida, murió por la explosión de uno de sus cañones antes de cumplir los 30), seguro que supo valorar adecuadamente la formidable bombarda que recibió como regalo y que todavía se conserva.

Llamada Mons Meg, en referencia a Mons, la ciudad de la actual Bélgica donde fue fabricada, la bombarda ocupa una posición preeminente en el castillo de Edimburgo. Sus cifras son impresionantes: con un peso de 6 toneladas, podía disparar un proyectil de 150 kg hasta más de 3 km de distancia. Su gran tamaño, sin embargo, la hacía poco práctica, ya que se necesitaba todo un día para transportarla 5 km (hay que tener en cuenta que Mons Meg es un arma de asedio, pensada para destruir murallas, no para defenderlas).

En 1754, los ingleses (eternos enemigos) se llevaron la bombarda a la Torre de Londres, donde pasó los siguientes 75 años. Walter Scott, gran apasionado de la historia de su tierra, encabezó la campaña que consiguió traerla de vuelta. En la actualidad está colocada junto a la entrada de la minúscula St. Margaret’s Chapel, el edificio más antiguo del castillo de Edimburgo.

Fue también Walter Scott quien redescubrió los Honores de Escocia. Pero empecemos por el principio: los Honores de Escocia son las Joyas de la Corona escocesas, esto es, la corona, el cetro y la espada. Son muy antiguos, ya que datan de finales del siglo XV y principios del XVI. Se usaron juntos por primera vez en la coronación de Mary Queen of Scots (ya sabemos, María Estuardo) cuando era un bebé de nueve meses, y por última en la de su bisnieto Charles II.

Tras el Tratado de Unión de 1707 que condujo a la creación del reino de Gran Bretaña, los Honores de Escocia fueron guardados bajo llave en un cofre y olvidados por 111 años. Walter Scott, que había obtenido permiso para explorar el castillo en su busca, los encontró intactos, todavía en su cofre, en una habitación del Royal Palace.

Allí es donde están expuestos en la actualidad, en la llamada Crown Room, a la vista de todos pero bien protegidos tras un cristal. A su lado se encuentra la Piedra del Destino, un bloque de aspecto anodino pero de gran significado.

Objeto sagrado y símbolo de la monarquía escocesa, sus orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Sobre la Piedra del Destino se había coronado a los reyes escoceses desde muy antiguo, hasta que en 1296 el rey Edward I de Inglaterra se la llevó (indescriptible ultraje) y la incorporó a un nuevo trono en Westminster. A partir de entonces se ha venido usando en la coronación de los monarcas ingleses y, después de la Unión, de los británicos.

Escocia tuvo que esperar hasta el año 1996 para que la Piedra del Destino le fuera devuelta oficialmente. De manera no oficial, sin embargo, ya había llegado un poco antes.

En el día de Navidad de 1950, cuatro estudiantes de la Universidad de Glasgow se las arreglaron para llevarse la piedra de la abadía de Westminster. Apareció unos meses más tarde (en abril de 1951) en la abadía de Arbroath, cubierta con la bandera de Escocia. Las peripecias de estos estudiantes con la Piedra del Destino son dignas de narrarse en una película, que de hecho existe: Stone of Destiny

Seguimos con el castillo de Edimburgo. Junto al Royal Palace se localiza el Great Hall. Este espléndido salón, destinado a banquetes y ceremonias oficiales, se construyó en 1511 por orden de James IV. Tiene un detalle curioso que casi pasa desapercibido (en realidad, esa es la intención): en la pared de la chimenea se conserva un laird’s lug (oído del señor), que consiste en una ventanita bien disimulada tras la que el rey podía escuchar sin ser visto las conversaciones que tenían lugar en el gran salón.

Por debajo del Great Hall el ambiente es totalmente distinto. Allí se extiende un pequeño laberinto de bóvedas que desde su construcción se aprovecharon para diferentes cosas.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, estas bóvedas se llenaron de prisioneros de guerra. Gracias a una recreación, los visitantes podemos hacernos una idea de las condiciones en que vivían. No nos parecen demasiado terribles (qué fácil es hablar desde nuestra cómoda existencia): las raciones de comida eran bastante aceptables, había letrinas separadas, los prisioneros podían hacer ejercicio al aire libre… Casi con cualquier material que tenían a mano, elaboraban gran variedad de objetos que luego vendían a la gente de Edimburgo (con este propósito, cada día durante unas horas se permitía la entrada al castillo). Con el dinero extra podían permitirse pequeños lujos, como por ejemplo tabaco.

Junto a las bóvedas hay una prisión militar de época victoriana con la que sería interesante hacer una comparación. Fue construida en 1842 para encerrar a soldados de la guarnición del castillo por delitos como borracho estando de servicio. En esta prisión, que es como una cárcel en miniatura, los presos eran sometidos a aislamiento y trabajos forzados.

En la actualidad, todavía hay presencia militar en el castillo de Edimburgo, aunque sea más bien ceremonial. Todos los días a la 1 de la tarde exactamente (excepto los domingos, el Viernes Santo y el día de Navidad) un voluntario del 105 Regiment Royal Artillery se encarga de disparar el One o’Clock Gun.

El One o’Clock Gun original se usó por primera vez en 1861, con la idea de que los barcos en el Firth of Forth pudieran ajustar sus relojes. En realidad, ese cometido ya lo tenía la bola del tiempo del Nelson Monument en Calton Hill. Sin embargo, no era distinguible cuando había niebla, algo nada extraño en Edimburgo, por lo que un cañonazo resultaba mucho más efectivo.

Y así ha continuado el ritual hasta nuestros días, aunque haya dejado de ser necesario, convirtiéndose en un espectáculo muy popular dentro de un castillo que ya de por sí es enormemente popular.


 

Comentarios