El extraño encanto del cementerio de Greyfriars en Edimburgo


Walter Scott, gran enamorado del pasado de su tierra, describió el cementerio de Greyfriars como la Abadía de Westminster escocesa. Con ello se refería al gran número de personalidades importantes enterradas en este histórico cementerio de la Old Town de Edimburgo.




En la actualidad Greyfriars atrae a muchos visitantes y este sería uno de los motivos, aunque cada uno tiene el suyo y pueden ser muy diferentes. Lo que algunos buscan es un pequeño oasis verde salpicado de monumentos antiguos, un refugio donde también los vivos encuentran reposo (temporal, deseablemente). Otros acuden irresistiblemente fascinados por el aura de misterio que desprende el recinto y por las historias inquietantes a que inevitablemente ha dado lugar. Los hay que vienen siguiendo las huellas de J. K. Rowling, que con toda seguridad paseó entre sus tumbas mientras daba forma al mundo de Harry Potter. Pero cualquiera que sea la razón de la visita, el recuerdo entrañable de Bobby, un perrito fiel, despierta automáticamente en todos su lado más tierno.





Fundado en 1562, Greyfriars debe su nombre al monasterio franciscano que ocupaba estos terrenos antes de la Reforma escocesa (en referencia al hábito gris que vestían los frailes). El cementerio, localizado en lo que entonces eran las afueras de la ciudad, vino a reemplazar al de la iglesia de Saint Giles, en High Street, que sufría ya de problemas de espacio.





Greyfriars vio nacer el movimiento de los Covenanters, un acontecimiento de gran importancia en la historia de Escocia. Aquí se firmó en 1638 el llamado National Covenant, un acuerdo solemne para defender el Presbiterianismo (la nueva religión adoptada por los escoceses en 1560) contra los intentos de reforma que Carlos I quería imponer.

En el período de agitación y guerras que siguió, Greyfriars sería de nuevo escenario de otro episodio (en esta ocasión bastante lamentable) relacionado con los Covenanters. En 1679, tras la derrota sufrida en la batalla de Bothwell Bridge, más de mil Covenanters fueron hechos prisioneros y encerrados en un pequeño campo al sur del cementerio. Durante más de cuatro meses permanecieron retenidos en pésimas condiciones y muchos murieron, por no mencionar los que fueron ejecutados. El destino de los prisioneros supervivientes fue igualmente nefasto: deportados a las colonias americanas, la mayoría se ahogó cuando el barco que los transportaba naufragó frente a las islas Orkney.

George Mackenzie, Abogado Real, fue el responsable de las penalidades de los Covenanters. Su papel en esta historia le valió el apodo: Bloody Mackenzie.

En cuanto al lugar donde estuvieron cautivos los Covenanters, en parte se urbanizaría a partir del siglo XVIII, pero una estrecha franja se reservó como terreno adicional para el cementerio; el nombre, Prisión de los Covenanters, todavía permanece.

Y resulta curioso, por no decir otra cosa, que el mausoleo de George Bloody Mackenzie se encuentre justamente al lado. La fama de sanguinario que se ganó su ocupante y el entorno tan propicio para que la imaginación se desboque han dado lugar a la leyenda y en la actualidad el mausoleo de Mackenzie (o Mausoleo Negro, como se le suele llamar) es el edificio más embrujado de todo Edimburgo. Su furioso y escandaloso poltergeist aterroriza por igual a visitantes y vecinos, incluso llegando a atacar violentamente en algunas ocasiones.


Frente al mausoleo de Mackenzie me viene a la memoria la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Hogsmeade. Por supuesto entre ambos hay más diferencias que similitudes, pero encuentro casi inevitable hacer la comparación. Y más cuando a mi derecha tengo a la vista el colegio George Heriot (que tanto me recuerda a Hogwarts) asomando entre los árboles.


Lo cierto es que J. K. Rowling paseó por Greyfrias cuando escribía las historias de Harry Potter y necesariamente tuvo que impregnarse del ambiente melancólico, mágico y misterioso que envuelve el lugar.






Las casualidades existen, pero es muy posible que se inspirara, consciente o inconscientemente, en las inscripciones de algunas tumbas para dar nombre a sus personajes (… Cruikshanks… Anne y Robert Potter… William McGonagall… Elizabeth Moodie… la familia Black… Margaret Louisa Scrymgeour Wedderburn… ¡Thomas Riddell!).


Hay una lápida en Greyfriars que es especial (y no tiene nada que ver con Harry Potter, ni con poltergeist, ni Covenanters, ni personalidades históricas, ni frailes…), en la que los visitantes dejan palitos como ofrenda. La lápida en cuestión fue erigida en memoria de Bobby, quizás el residente más famoso de Greyfriars.

Cuenta la historia que Bobby era un Skye terrier, compañero inseparable de un policía llamado John Gray. Tras la muerte de éste, acaecida en 1858, el leal perrito guardó su tumba durante 14 años. Bobby se ganó de tal modo el cariño de la gente que cuando murió, en el año 1872, fue enterrado junto a la entrada del cementerio, muy cerca de la tumba de la que no quiso separarse en vida.

Un año después se colocó frente a la entrada de Greyfriars, ya en la calle, una estatua de tamaño natural. La figura es tan pequeña como grande el afecto que le tiene la gente.


Me parece adorable, tengo que reconocerlo, y eso que soy más de gatos.


Comentarios