Victoria Street en Edimburgo: la magia está en el aire
Sería arduo hacer una lista de los rincones más pintorescos de la Old Town de Edimburgo, ya que necesariamente una relación así terminaría siendo muy larga. Esta hipotética lista variaría según el gusto de quien la hiciera, pero seguro que incluiría Victoria Street. En qué lugar de la clasificación, es difícil de estimar con tanta competencia, pero bien podría figurar no muy lejos de los primeros puestos.
Todo en esta calle rezuma encanto: su trazado curvo en suave pendiente, su preciosa arquitectura, sus comercios de coloridas fachadas, su diseño en dos niveles… Y sabiendo que una todavía desconocida J. K. Rowling pudo recorrer Victoria Street en muchas ocasiones allá por la época en que escribía su historia del niño mago, ¿cómo no fantasear con la idea de que esta calle, con su infinidad de escaparates, sirviera de inspiración para el callejón Diagon? Incluso por aquel entonces aún existía un negocio tradicional donde confeccionaban y vendían toda clase de escobas y cepillos (su lugar lo ocupa en la actualidad una tienda de recuerdos de Harry Potter).
Pero no, ninguna calle en particular puede gozar de ese honor, la autora lo ha dejado claro, y a pesar de todo, la decepción no existe y la magia sigue intacta.
El trazado de Victoria Street tal como lo conocemos hoy en día es relativamente reciente: se creó en los años 30 del siglo XIX para facilitar el acceso desde el sur hasta el centro de la ciudad. Ello supuso demoler gran parte de West Bow, la estrecha calle en forma de Z que conectaba Grassmarket con la Royal Mile.
El arquitecto escocés Thomas Hamilton, responsable de muchos edificios notables de la ciudad de Edimburgo, fue el encargado de diseñar la nueva vía. Una condición importante era que las nuevas construcciones deberían inspirarse en el estilo arquitectónico del colegio George Heriot.
Una de las mejores vistas de este colegio se obtiene desde la parte alta de Victoria Street, elevándose como un castillo por encima de los tejados de Grassmarket.
El colegio fue fundado en 1628 gracias al legado de George Heriot, orfebre real, con el objeto de dar educación a los niños sin padre de Edimburgo. En la actualidad es uno de los más prestigiosos de Escocia, pero sigue siendo gratuito para alumnos que han perdido algún progenitor.
Se organiza a los estudiantes en cuatro casas: Lauriston (verde), que es el nombre de la calle donde en la actualidad está la entrada principal; Greyfriars (blanco), en referencia a la iglesia y el cementerio aledaños; Raeburn (rojo), en honor al pintor Henry Raeburn que, niño huérfano, fue alumno del colegio; y finalmente, Castle (azul), en alusión al castillo, que desde George Heriot ofrece una vista inmejorable.
Y sí, sabemos que el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería no está inspirado en ningún lugar real, J. K. Rowling lo ha asegurado, pero nosotros, simples muggles, no podemos dejar de soñar.
Se puede llegar al colegio George Heriot bordeando los restos de las antiguas murallas de Edimburgo. Para ello, primero hay que atravesar el animado Grassmarket.
Desde el siglo XIV, en Grassmarket tenía lugar el mercado de ganado. Este amplio espacio abierto ubicado en las afueras de la antigua ciudad (y además llano) era ideal para este tipo de actividad. Convenientemente, abundaban las posadas y tabernas.
Al igual que la Mercat Cross de la Royal Mile, Grassmarket también era escenario de ejecuciones públicas. Sobre este asunto nos hacemos una pregunta: ¿había alguna diferencia significativa para ser ejecutado en uno u otro sitio?. La había: dependiendo de la clase social del castigado, éste acababa en la Mercat Cross (personas importantes) o en Grassmarket (la gente común).
Al fondo de Grassmarket comienzan los escalones de The Vennel, un estrecho callejón que discurre a lo largo de las murallas en dirección a Lauriston Place. Tan solo hemos dado unos pocos pasos, pero hay tal silencio y se respira tanta paz que nos parece haber entrado en otro mundo. Por añadidura, el entorno sigue siendo igual de sugestivo y la vista del castillo preciosa. Edimburgo es pródigo en regalos de este tipo.
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