Un paseo por la Old Town hasta el castillo de Edimburgo: la vista desde Castle Rock
El castillo de Edimburgo se localiza en lo alto de Castle Rock, un enorme tapón volcánico originado hace unos 350 millones de años. Esta formación rocosa es ideal para la construcción de una fortaleza. Sus laderas escarpadas la hacen inaccesible por todos sus lados excepto por el este. En ese punto comienza la Royal Mile, la arteria principal de la Old Town, que desciende en suave pendiente desde el castillo hasta el palacio de Holyroodhouse.
Es hacia la Royal Mile, rumbo al castillo, a donde nos dirigimos. Rebosantes de energía y con todo el día por delante, comenzamos nuestra primera incursión por la Old Town casi con el mismo brío que el caballo del duque de Wellington, que se alza sobre dos patas en el extremo oriental de Princes Street.
Dos puentes, elevándose sobre la estación ferroviaria de Waverley, conectan Princes Street con la Old Town: North Bridge y Waverley Bridge. Waverley es el protagonista de la novela homónima de Walter Scott (1771-1832).
No es la única referencia a este escritor nacido en Edimburgo. Otra muestra de la gran admiración de la que fue objeto es el monumento erigido en su honor poco después de su muerte. Con una altura de 61 metros, el Monumento a Scott se alza en los Princes Street Gardens, justo al lado de Waverley Bridge.
Waverley Bridge conduce directamente a Cockburn Street, en la Old Town.
El trazado sinuoso de esta calle, creada a mediados del siglo XIX, hace más fácil la subida hasta la Royal Mile. La abundancia de edificios construidos en estilo baronial escocés, con reminiscencias de la arquitectura medieval, la hace además placentera.
La Royal Mile debe su nombre por un lado a que conecta dos históricas residencias reales (el castillo y el palacio de Holyroodhouse) y por otro a su longitud, que es aproximadamente una milla escocesa (1,8 kilómetros). Consta de cinco tramos, que de oeste a este son Castlehill, Lawnmarket, High Street, Canongate y Abbey Strand.
Ponemos el pie en la Royal Mile por primera vez en uno de sus tramos más anchos: High Street.
Esta zona es la más concurrida de la Royal Mile y, como era de esperar, no faltan los gaiteros en su atuendo tradicional animando el ambiente (y pasando calor, imaginamos). Pero no son ni mucho menos los únicos artistas empeñados en captar nuestra atención.
Perdemos un poco el tiempo (bien perdido) en torno a la catedral de Saint Giles, cuya torre-campanario, única e inconfundible, tan solo habíamos vislumbrado hasta ahora asomando sobre los tejados.
Al lado de Saint Giles se localiza la Mercat Cross, prueba de que hace siglos, como ahora, en esta parte de la ciudad reinaba el bullicio. Este tipo de construcción, bastante común en Escocia, marcaba el lugar donde se celebraba el mercado. El espacio no estaba únicamente destinado a actividades comerciales, sino que también era escenario de proclamaciones, castigos y ejecuciones.
En lugar de una cruz, sobre el pilar de la Mercat Cross hay un unicornio, algo también muy común: no en vano es el animal nacional de Escocia.
Algo muy característico de la Royal Mile son los closes, estrechos y a menudo inclinados callejones que se abren a ambos lados de la calle. Con tanto aluvión de estímulos, hemos tardado un poco en ver uno siquiera, pero después no podemos dejar de notar que hay muchos.
Alguien comparó la antigua Edimburgo con el esqueleto de un pez. Hay que reconocer que la analogía es perfecta: la Royal Mile sería la columna vertebral y los closes las espinas.
Antes de la creación de la New Town, vecinos de todas las clases sociales se apiñaban en estos callejones: los ricos en los pisos superiores y los pobres más a pie de calle. Cada noche, todos se recogían en sus casas y la entrada al close quedaba cerrada con llave. De ahí el nombre (closed, cerrado).
En cuanto al nombre particular de cada close, normalmente hacía referencia a algún residente notable o bien al tipo de negocio que tenía lugar en él.
Algunos de los closes de la Royal Mile conducen a pequeños patios, como es el caso de James Court, ya en el tramo de Lawnmarket. Para hacer sitio a este patio, creado a principios del siglo XVIII, hubo que destruir varios closes. En 1886 podría haber sufrido un destino similar de no ser por Patrick Geddes (1854-1932). Este polímata escocés comenzó aquí a poner en práctica sus ideas acerca de la conservación y recuperación de la Old Town.
Hay un detalle curioso en James Court que casi pasa desapercibido. En una de las paredes se ven las trazas de unos escalones: son burglar steps, peldaños irregulares pensados para entorpecer (y delatar) al posible ladrón.
Junto a James Court se localiza Makars’ Court. Makar en escocés es poeta, autor (no uno cualquiera, sino uno especialmente hábil). Sobre las losas de este patio, un remanso de paz, hay grabadas citas de autores escoceses. Pero no es el único homenaje a la palabra escrita.
Aquí se alza Lady Stair’s House, una casa de cuento que alberga el Museo de los Escritores. Este museo está dedicado a tres grandes de la literatura escocesa: Walter Scott (1771-1832), Robert Louis Stevenson (1850-1894) y Robert Burns (1759-1796). Si nos da por dudar de que este último sea tan internacional, solo tenemos que acordarnos de su Auld Lang Syne, el himno de despedida por excelencia.
Wardrop’s Court, el pasaje que nos devuelve a la Royal Mile, nos parece más bien inusual. Es quizás un poco más ancho que la mayoría, pero ese no es el motivo. Lo que nos sorprende son las dos parejas de dragones, una en cada extremo.
La Royal Mile se estrecha en su último tramo antes de desembocar en la explanada del castillo. Es en este tramo, Castlehill, donde se levantan dos construcciones muy características del perfil de la Old Town: la torre de la Camera Obscura (una atracción turística) y especialmente la aguja de The Hub, la antigua Tolbooth Kirk, que en la actualidad es la sede del Festival Internacional de Edimburgo.
Al final de la explanada, que tiene ya preparado el graderío para el Royal Edinburgh Military Tattoo, aparece ante nuestros ojos el castillo, como un formidable y magnífico telón de fondo.
El castillo de Edimburgo tiene el honor (si esto se puede considerar un honor) de ser la fortaleza que más asedios ha sufrido de toda Gran Bretaña. No siempre ha resistido, sin embargo, por lo que a lo largo de sus cerca de 1.000 años de existencia ha cambiado de manos en numerosas ocasiones. En la actualidad todavía tiene una guarnición militar, si bien su presencia es más bien simbólica.
Algo que nos parece realmente enternecedor es el cementerio para perros. Ubicado en una pequeña terraza del castillo, este rincón está reservado para las mascotas de los militares.
Tenemos la suerte de subir al castillo en un día claro, por lo que las vistas son magníficas. Hacia el este se perfila en todo su esplendor Arthur’s Seat, la colina volcánica hermana de Castle Rock. Nos parece que no hay mejor lugar en Edimburgo para mirarla de tú a tú.
Comentarios
Publicar un comentario